3 ago 2013

Querido diario... 17/05/2009



 “Anoche soñé con él.” me dijo Charlie. Las ojeras que tenía bajo sus ojos color avellana lo decían todo: fue el único sueño que tuvo y fue corto. Después de eso, ¿Quién podría volver a dormir? Tenía la mirada perdida e, incluso, parecía tener un par de años más.
   Estábamos en el aburrido y blanco comedor, como todos los días a las doce del mediodía. Ella solamente miraba su comida, sin siquiera tocar el tenedor, mientras yo comía el postre (gelatina, por si te interesa.) Era extraño en ella, quien decía que servían buena comida ahí. ‘Él’, para mí esa cosa no debería ser llamado así, solo debería ser llamado ‘monstruo’.
   - Yo también he soñado con ese extraño en el pasado. No significa nada. – mentí. Claro que significaba algo, siempre era así.
   - No me trates de idiota. – dijo, su expresión cambiando, de cansada a enfadada. Definitivamente sabía que estaba mintiendo. – No eres una de esas  jodidas enfermeras, que te miran como si fueses una enferma y te dan una pastilla para que se te pase. 
   No voy a mentirte, M, eso me había dolido. Sin embargo, opte por terminar mi almuerzo e ignorar sus palabras. No estaba de humor para la paranoia y no quería asustarla. Tampoco asustarme a mí misma.
   Sin embargo, se que yo no me lo creería; justo como la primera vez que soñé con él. Me decían que fue una pesadilla solamente, que tratase de dormir. Pero no era fácil, ¿cómo hacerlo?
   Habían pasado dos semanas después de haber escuchado a alguien llamar mi nombre, solo faltando un día para volver a mi casa. Pensaba y pensaba, ¿Quién me había llamado? Se lo dije a mis padres quienes, como aquel día, me dijeron que había escuchado a mi papá. Por alguna razón me importaba, por alguna razón estaba obsesionada con el tema. ¿Por qué habría de estarlo? Antes de eso, no hubiese dudado por un segundo que fue mi padre quien me llamo, pero ahora lo hacía. Era bastante idiota que una niña se preocupase de algo así.
   En fin, era la última noche en ese lugar; nos íbamos en la mañana. Mi hermana estaba durmiendo (compartía la habitación con ella), pero yo no podía dormir. Nunca tuve problemas para dormir, pero desde aquel día me costaba mucho hacerlo, afectando todo el tiempo que pase allí. Mis padres me decían que debía dormir temprano, que por eso no tenía energías. La idea de que una niña sufra insomnio parecía ser surrealista, por lo visto, ya que nunca creyeron que tuviese un problema hasta años después… Bien. Esa noche volví a escuchar su voz.
   Llame a mi hermana con un susurro, ya que no quería despertar a mis padres, mientras me levantaba de mi cama. Me acerque a ella, toque su hombro y la llame otra vez.
  -  ¿Qué? – preguntó aun con los ojos cerrados, su voz sonaba cansada y molesta.
  -  ¿Escuchaste eso?
  -  ¿A ti molestándome? Sí. – dijo aun sin moverse. Puse los ojos en blanco y suspiré.
  -  No, tonta. A alguien más. – dije, esta vez también molesta.
  -  Estabas soñando y ahora no. ¡Listo! Problema resuelto…
 
   Decidí en ese momento que no tenía sentido, que definitivamente ella tampoco me creía. Por lo que volví a mi cama a tratar, en vano, dormir. No sé cuánto tiempo paso, si fueron minutos o si fueron horas. Lo único que sí sé es que escuche algo, vi algo. Mientras mantenía mis ojos cerrados, pretendiendo estar dormida, escuche el sonido de la ventana abriéndose lentamente. Mi corazón empezó a latir fuerte, mis manos empezaron a temblar mientras cubría mi cabeza con las sabanas. Si bien no había escuchado nada más después de eso, mantenía mi posición fetal y no paraba de temblar. Me decía a mi misma que no era nada, que quien dijo mi nombre fui mi padre; pero no me creía. No era nada, no era nada, no era… De pronto, alguien me saco las sabanas de encima. Yo seguía ahí, sin entenderlo por un segundo. No quería mirar, no quería verlo. Sin embargo, gracias a la ventana que ya estaba abierta, pude ver su sombra reflejada en la pared. Era alto, muy alto. Eso no era humano, no podía serlo. Con esa realización, me di cuenta de que también estaba llorando. No quería gritar, no quería moverme. No sabía qué hacer. Entonces tocó mi rostro… pero eso no era una mano. ¡No era una mano!
    Aun hoy no sé exactamente que paso. Solo sé que, de pronto, mis padres estaban a los pies de mi cama, que la ventana estaba cerrada y que yo estaba gritando. No importo cuantas veces me dijesen que me calmase, cuantas veces me dijesen que fue un sueño, sabía lo que había pasado. Ahí fue, querido M, que todo empezó.
  - Bueno, Charlie, no tengo una pastilla. – dije volviendo a la realidad, dando por terminada la conversación.
    ¿Qué tal te parezco ahora? Supongo que nada de lo que te escribí tuvo sentido, ¿no? No te culpo, ya que nada parece tener sentido. Sin embargo, tengo miedo M y eso sí tiene sentido.

   

No hay comentarios:

Publicar un comentario